Pasó una quincena tenue, con notas amargas y otras brillantes. El peso del encierro, la rutina obligada, el stress constante respecto de la situación sanitaria y el bombardeo incesante de noticias de un país resquebrajado, agotaron mi ánimo.
En lo estrictamente musical, el entusiasmo de estar en una zona de descubrimiento, me mantiene motivado y alerta, con una permanente curiosidad que sacio inventando ejercicios a diario. Éstos, muy notoriamente, han tendido a la sustracción. Complejos ejercicios han estado perdiendo notas en busca de un patrón rítmico irreductible. También en lo melódico, busco que la síntesis se aproxime a 0.
El horizonte armónico del jazz se presta fácilmente para fundirse con otros paisajes. Estoy creando en base a arpegios o series melódicas de alguna escala dada e incorporándolos al ritmo de 6/8, en específico al patrón de la cueca/tonada y sus variantes.
Bueno, todo esto, tan dfícil de llevar a las palabras, es natural y obvio cuando practico.
Pasó otra cosa: recibí una buena oferta para ser parte de un sello. La buena noticia crece, hay financiamiento para cubrir la producción de un próximo disco, que será una aventura de guitarra solista.
Así que a poner en hibernación el camino melódico/improvisativo que estaba recorriendo y a practicar harta mano derecha y el formato más difiícil de todos, tocar SOLO.
Tengo ya un repertorio sin acompañamiento, que he ido descubriendo en el último par de años, así que, confiado, dejo varias de mis guitarras en el luthier para mantención pre-grabación y me aboco a sacar algo nuevo, «El Pingüino», hermosa pieza de Violeta Parra, compuesta alrededor de 1957. Forma parte del increíble disco instrumental «Composiciones para guitarra» y su simpleza es sólo superada por su belleza.
He aquí este mítico álbum:
A los que no tocan guitarra, me encantaría poder explicarles, toda la inteligencia y astucia que tiene Parra para desarrollar su guitarrismo, es una lección de autoconciencia y economía impresionante. Cada vez que me empiezo a perder en los laberintos de la técnica, la armonía, etc, contemplo estas piezas y me recuerdo «hace falta tan poco para poder hacer arte».
Fui entrando en el alma del tema y a la vez, desnudando mi «verdad» como guitarrista. La grabadora no miente, brillamos a ratos, tropezamos a otros tantos. Los artificios quedan a un lado. Tocando ésta y otras piezas en soledad he podido ser honesto, enamorarme de lo que toco, permitirme autocriticar con cariño.
Por eso es linda la música, porque nos muestra lo que somos, a dónde vamos, lo que hemos dejado y lo que vamos a regalar.
Veamos entonces si estas palabras nos hacen sentido y si oyen lo mismo que oí yo:
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